intensidad...

...cada palabra-roce parece encender hogueras dentro de mí y ese fuego me insufla vida nueva, una vida sin tiempos, una vida que espera estrenarse... entonces siento que mi vida, esta vida llena de vos, es la vida en ese ser mitológico, la oceánida, buscando poblar un universo, crear un universo...

Yo me vuelvo un círculo, me vuelvo infinito, me hago intemporal y todo se borra delante de mí... sólo queda tu música, tus sentimientos, tu intensidad...



(de La mujer ante el umbral, inédito dedicado a Pablo antes de que prefiriera dejar de ser umbral
para ser muro)

viernes, 13 de agosto de 2010

Oleo de una mujer con sombrero. Silvio Rodríguez

Una mujer se ha perdido
conocer el delirio y el polvo,
se ha perdido esta bella locura,
su breve cintura debajo de mí.
Se ha perdido mi forma de amar,
se ha perdido mi huella en su mar.

Veo una luz que vacila
y promete dejarnos a oscuras.
Veo un perro ladrando a la luna
con otra figura que recuerda a mí.
Veo más: veo que no me halló.
Veo más: veo que se perdió.

Una mujer innombrable
huye como una gaviota
y yo rápido seco mis botas,
blasfemo una nota y apago el reloj.
Que me tenga cuidado el amor,
que le puedo cantar su canción.

La cobardía es asunto
de los hombres, no de los amantes.
Los amores cobardes no llegan a amores,
ni a historias, se quedan allí.
Ni el recuerdo los puede salvar,
ni el mejor orador conjugar.

Una mujer con sombrero,
como un cuadro del viejo Chagall,
corrompiéndose al centro del miedo
y yo, que no soy bueno, me puse a llorar.
Pero entonces lloraba por mí,
y ahora lloro por verla morir.


Porque a veces el amor es como un reflejo y se ama hasta que el espejo se vuelve opaco. Porque muchas veces la cobardía del otro es necesaria para dejar de amar, para poder olvidar, para cerrar una puerta y volver a empezar. Porque a veces la cobardía del otro es un buen boleto hacia la felicidad propia. Porque a veces la cobardía del otro es la única autorización que se necesita para volver a correr el riesgo, a asumir la valentía de volver a amar. Amores cobardes... ni el recuerdo los puede salvar... ni el mejor orador conjugar, porque el amor no puede ser relatado, ni pensado, ni conjurado, porque el amor sólo se conjuga en presente y no tiene verbo que lo nombre.

lunes, 9 de agosto de 2010

Poema de cierre que es lo mismo que Poema de despedida

Eva advierte sobre las manzanas
Allí te quedo en el pecho,
por muchos años me goces
C.M.R.

Con poderes de Dios
-centauro omnipotente-
me sacaste de la costilla curva de mi mundo
lanzándome a buscar tu prometida tierra
la primera estación del paraíso.

Todo dejé atrás.
No oí lamentos, ni recomendaciones
porque en todo el universo de mi ceguera
sólo vos brillabas
recortado sol en la oscuridad.

Y así,
Eva de nuevo,
comí la manzana,
quise construir casa y que la habitáramos,
tener hijos para multiplicar nuestro estrenado territorio.
Pero, después,
sólo estuvieron en vos
las cacerías, los leones,
el elogio a la soledad
y el hosco despertar.

Para mí solamente los regresos de prisa,
el descargue repentino de ternura
y luego,
una y otra vez, la huida
tijereteando mi sueño,
llenando de lágrimas la copa de miel
tenazmente ofrecida.

me desgasté como piedra de río.
Tantas veces pasaste por encima de mis murmullos,
de mis gritos,
abandonándome en la selva de tus confusiones
sin lámpara, ni piedras para hacer fuego y calentarme,
o adivinar el rumbo de tu sombra.

Por eso un día,
vi por última vez
tu figura recostada en el rojo fondo de la habitación
donde conocí más furia que ternura
y te dije adiós
desde el caliente fondo de mis entrañas,
desde el río de lava de mi corazón.

No me llevé nada
porque nada de lo tuyo me pertenecía
-nunca me hiciste dueña de tus cosas-
y saliste de mí
como salen -de pronto-
desparramados, tristes,
los árboles convertidos en trozas,
muertos ya,
pulpa para el recuerdo,
material para entretejer versos.

Fuiste mi Dios
y como Adán, también,
me preñaste de frutas y malinches,
de poemas y cogollos,
racimos de inexplicables desconciertos.

Pero nunca jamás
esta Eva verá espejismos de paraíso
o morderá manzanas dulces y peligrosas,
orgullosas,
soberbias,
inadecuadas
para el amor.

Hermosísimo poema de Gioconda Belli que le pone palabras a mi despedida.

viernes, 23 de julio de 2010

Todos los umbrales conllevan una sirena... una sirena monstruosa y tremenda.

Existen diferentes formas de vincularse con el amor. Uno puede querer a un otro, valorarlo, desearlo aún cuando ese otro no nos seduzca.

Un amor de ese tipo se construye día a día y crece, es suave, es tibio y reconfortante y, sobre todo, hace bien. Ese otro que nos inspira ese sentimiento es una compañía pero nunca será un compañero. Esos amores existen, son aunque nunca enamoran, nunca seducen porque habitan los territorios de la seguridad, de la medianía, de la tibieza.

Hay otros amores que comienzan en la seducción y son rotundos, dolorosos y riesgosos. Son amores que no se construyen, se dan desde el primer momento, son huracanados. Instantáneamente ese otro se transforma en un umbral, te pone en riesgo.

Por eso la seducción es dolorosa, porque conlleva el riesgo, implica que uno va a ir más allá del umbral sin importar lo que ocurra después. Por eso mismo, esos amores hacen crecer porque la seducción es conocimiento, ir más allá del límite, de la ianua, para conocer, para conocerse sin importar cuánto dolor pueda haber en la transformación que uno va a sufrir.

Ulises lo sabía y, como estaba llamado a ser el héroe del centro, del sentido común, se tapó los oídos para no oír el canto de la sirena y se obligó, junto a su tripulación, a atarse, doblegarse, porque sabía que la seducción es irresistible, sabía que cuando uno se enfrenta al umbral y su sirena no hay posibilidad de resistir al deseo de transponerlo. Transponer el umbral es morir de alguna forma más o menos simbólica, porque uno ya no vuelve a ser el que fue.

Tan así es que Dante se vió obligado a mostrarnos un Ulises que rechaza los mandatos sociales (el pedido de la esposa, de los hijos y del padre) para arrojarse nuevamente al mar y transpasar el umbral del mundo conocido porque anhelaba conocer ... (fatti non foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e canoscenza, arenga a sus marinos para convencerlos de ir más allá, hacia el mundo despoblado). Pero como Dante deseaba con todas sus fuerzas ahogar a la sirena que cantaba dentro de sí, destruye a Ulises y lo recluye en una de las fosas del octavo círculo del infierno.

La seducción es la fuerza que arrojó a Colón al descubrimiento, es la fuerza que lo llevó a cruzar el límite sin importar que la vida le fuera en eso porque lo significativo era conocer... qué se conociera era insignificante, lo radical era ver más allá del límite, del umbral y ante ese deseo, el seducido está dispuesto a todo, a morir. De hecho, para conocer es necesario aceptar la muerte simbólica, porque conocer es aceptar que ya nunca se será el que se era ni el mundo que habitamos se mantendrá insensible a esa transformación. Por eso mismo, conocer supone dolor, supone desear el huracán que transfigurará el mundo, porque toda transformación es dolorosamente placentera.

Es por eso que el amor de un umbral implica estar en la cima, para estar luego en la sima y no transitar nunca los valles... porque los valles son a-riesgosos y, por esto mismo, son el territorio de los amores de sentido común, de los amores tibios, de los amores que te hacen compañía. El amor del umbral te transforma, es el amor del espejo, es el amor del igual, hace del otro un compañero, las dos caras de una moneda, la sirena y su umbral. Es un amor desterritorializado, porque su territorio es la frontera, es un no-lugar.

Teresita Alfieri, en ese libro que tanto me gusta, dice:

"Tiene que ver con las zonas de riesgo. 'Me sedujo' significa, entre otras cosas, hizo que me arriesgara más allá de lo debido, más allá de la prudencia, más allá del sentido común. A cuya causa responde que los andares por las zonas de riesgo son, en última instancia, los que cambian el mundo (...) Jamás la destrucción, que es la más burda manera de expresar la alienación, lo inútil. Sino el riesgo de lo nuevo, del cambio, de la audacia, de la imaginación, de la 'la loca de la casa' que propone donde no había...

El riesgo que es como un viaje en la búsqueda de alguna clase de belleza, momentánea y fugaz, pero único instrumento para flirtear con la eternidad. la seducción es el riesgo de un portón de hierro que se abre sobre un jardín de delicias entre neblinas: los que penetran en la bruma son los seducidos, los hacedores de caminos, quienes encontrarán las fosas pero también los senderos de luz de la existencia (...) Héroes del placer y la propuesta inaudita, avanzan del brazo de la esperanza desbocada, en su perdición, se ganan a sí mismos y nos iluminan la posibilidad original de una realidad cambiada..." (Sirenas, por supuesto, pp 95-96)


Por eso mismo, siempre me he sentido periférica, una habitante de los bordes porque para poder ser seducida por el umbral hay que abandonar la seguridad del centro, la seguridad del sentido común, de la medianía.

También por esto siempre me he sentido monstruosa, porque habitar la periferia es aceptar que uno dialoga con el monstruo mitológico que lleva ancestralmente dentro de sí. Aceptarse periférica implica reconocer que "en la hora del lobo" uno desea morir para trasvasar el umbral, aceptar a la mujer salvaje que lleva dentro y no se aviene a las convenciones y que sólo desea ser intuitiva para conocer, para reconocerse, primero, y, luego, conocerse.

Por eso, saber es:

"la tentación más alta, la tentación que está por detrás de todas las tentaciones, el conocimiento del mundo, del universo, de los cuerpos, de los sabores, de las trasgresiones de cuanta ley haya sido creada; el conocimiento carnal y espiritual, el conocimiento físico, cósmico, esotérico y metafísico. 'Todo lo sabemos'. He ahí el encanto sublime de las encantadoras, he ahí el anzuelo de toda seducción." (Sirenas, por supuesto, p.97)

Dedicado a Azucena, la sirena más linda que conocí, la sirena que supo que -para algunos hombres - la periferia puede ser 'su' centro y que el amor y su tánatos no caben en los mandatos sociales... porque cada vez que "me calzo sus zapatos" me transformo en tu sirena, tu oceánida y vos, en espejo, simétricamente, te volvés mi umbral y mi deseo de transponerlo.

martes, 20 de julio de 2010

De la racionalidad al mito o la hora del lobo

Desde hace muchísimos años, cuando el día comienza a dejar de serlo para dar paso a la noche, experimento una sensación de disgregación, de desintegración, de absoluta soledad... una sensación muy tanática -porque siento que yo misma me muero con el día que se va- y es tan inefable que me resulta prácticamente imposible de definir con palabras...


Un tiempo atrás, compartiendo esta sensación con mi amiga Isabel, ella -que vivencia algo parecido en ese mismo momento del día- le puso nombre: "la hora vulnerable".


Hace algunas horas, leyendo a Cristina Peri Rossi, descubrí la descripción que más se acerca a la que yo misma hubiera podido hacer si tuviera la misma facilidad que tiene la Rossi para transformar las necesidades, las ansias y las sensaciones en palabras. La comparto con ustedes:




"A esa imprecisa hora en que el atardecer se convierte en noche y las sombras ganan en el interior de las casas y de los muebles (la hora que había pintado Magritte en alguno de sus cuadros), él quería depender de algo o de alguien: de un vaso de alcohol, de un cigarrillo, de una mujer, de una raya de cocaína. Podía beber, podía fumar, podía esnifar, hasta podía conseguir alguna mujer, siempre y cuando el acto de fumar, de esnifar, de beber o de follar tuviera esa intensidad imprescindible para sentirse vivo. Una intensidad que posiblemente iba a asustar a Nora. Esa intensidad en la que vivir se confunde con morir, esa intensidad en la que morir parece el acto más vivo de todos. Siempre había sido así, solo que su profesión le había dado un buen pretexto para vivir al límite, sin que pareciera una elección personal. no quería que nadie volviera a salvarlo de sí mismo (...)

El fin del atardecer era el peor momento del día, lo sabía desde joven. Cuando era un adolescente, a esa hora se lanzaba a las calles de su ciudad natal, buscando una mujer. No quería una mujer cualquiera, no quería una prostituta. Quería encontrar una mujer tan intensa como él, que estuviera dispuesta a abreviar (¿o abrevar?) el paso de la tarde a la noche en un cuerpo a cuerpo lleno de furor, de ternura y de enajenación. "En/ajeno": así quería estar él al atardecer. La hora en que la lucidez hace daño, y mejor es suspender la conciencia, cambiarla por el cuerpo. El cuerpo, a esa hora, ganaba una fuerza, una presencia que le había faltado el resto del día. El cuerpo, entre el atardecer y la noche, gemía, rugía, bramaba, barritaba, transpiraba, tenía frío, calor, necesitaba estar pegado a otro, subido a otro, debajo de otro, a su costado, encima, por, cabe, contra. Qué hermosos eran los cuerpos a esa hora imprecisa en que el día muere y la noche nace, entre titubeos. La llamaban 'la hora del lobo', seguramente porque esos bellos, astutos y orgullosos animales salían a cazar (a matar o morir) a la caída del sol. Y él bramaba como un lobo en celo..." (de El amor es una droga dura).

Nunca había leído una descripción tan ajustada de mi propio sentir... la primera vez que compartí esta sensación ante la angustia del final del día con Isabel, no me sorprendió que coincidiéramos... finalmente nos parecemos tanto que era una similitud más... Al encontrarla en Peri Rossi me pregunto cuántos hombres lobos y mujeres lobas habremos, cuántos seremos los que nos sentimos morir con el día, para recobrar la calma y la identidad con la noche...


A diferencia de lo que le pasa al personaje de Javier, durante años creí que mi angustia se calmaría el día que hallara al "hombre del banco", que no era otra cosa que mi ideal de hombre... Pero ni siquiera el hombre del banco puede calmar esa angustia... en los últimos meses he comprobado que debo enfrentarme a esa hora tanática en soledad, porque es precisamente el momento en el que la soledad viene a mi encuentro para confirmarme... Es el momento en que debo enfrentar mi muerte para poder volver a renacer nueva, cambiada y ratificada al mismo tiempo. Es la hora mítica en la que mi ser salvaje se apodera de mí y por eso mismo el cuerpo se vuelve protagonista y el lenguaje se diluye, como cuando en la adolescencia quería volverme muda para hablar con el cuerpo y prescindir de los símbolos y las palabras convencionales.


Algo de esto se vincula con el hecho de sentirme periférica, monstruosa y elegirme una y otra vez como habitante de la frontera... pero eso merece una entrada aparte, para terminar de desentrañar mi lenguaje de sirena.

jueves, 3 de junio de 2010

Mi tipología... masculina

Generalmente y a los efectos de simplificarnos la vida, solemos armar tipologías de todo tipo y a propósito de cualquier cosa... y esto nos permite ordenar el tránsito de información o ampararnos del dolor, de lo imprevisto y hasta de lo inoportuno.

En mi caso y en relación a los hombres, también tengo una tipología ... que resulta bastante inútil porque sólo me sirve para clasificar una vez que los he tratado y conocido, con lo cual la función de ampararme no se cumple...

Por lo tanto, se trata de una tipología creada para, a posteriori, decirme a mi misma... "y, se trataba de un hombre-muro, qué le vamos a hacer"... y seguir adelante buscando a aquel que efectivamente sea un umbral. Es decir es una tipología que tiene, exclusivamente, una función autocomplaciente.
Los hombres-muro son realmente un obstáculo, son impenetrables, incluso son dañinos porque podés estrellarte contra ellos sin lograr provocar ni una pequeña fisura... en ellos, porque vos después del impacto podés quedar con diferentes lesiones de mayor o menor intensidad y gravedad, físicas o simbólicas, según el tipo de muro. Este tipo de hombre suele estar compuesto por hombres que están a la defensiva, se defienden de vos, del cariño, de la vida entera... Precisamente, por su alta toxicidad y peligrosidad, son hombres a los que hay que vadear, rodear, saltar, sortear.. el verbo que se te ocurra, según el tipo de acción que creas más conveniente para dejarlos atrás, pero lo realmente importante es dejarlos atrás...
Los hombres-umbral, en cambio, son los hombres que se suman a tu vida para ayudarte a crecer. No importa si permanecen en tu vida o sólo te acompañan un tiempo, lo importante es que en su estadía marcan un antes y un después en tu crecimiento personal... les suelo dar diferentes nombres... Son los hombres puerta, los hombres enero porque como la ianua latina, como Jano, como enero unen tu historia con tu futuro, lo que fuiste y lo que podés ser y facilitan ese pasaje hacia vos misma... son como el camino que vas a transitar para ser quien querés ser... Por supuesto, que la voluntad de recorrer el camino, de traspasar el umbral es propia, no depende del hombre, sino de una misma... Al umbral sólo le corresponde esa función significante de marcar el momento en que dejaste de ser aquella o comenzaste a ser esta. El recorrido es propio, con lo cual no es particularmente importante que un umbral, de pronto, quiera ser muro... aunque sí es triste presenciar el momento cobarde en que un umbral se amuralla para dejar de serlo.
De todas formas, lo importante es animarse a ser jardín y mariposa al mismo tiempo y en esto los umbrales marcan el tránsito... Así que, aunque mi tipología sea algo inútil en cuanto a su función protectora, prefiero seguir clasificando, que es lo mismo que seguir andando...
De tiempo inmensurable
La mujer ante el umbral

La mujer permanece ante la puerta que la separa del jardín… parada en el umbral siente… aspira perfumes nuevos, percibe sutiles fragancias inesperadas que la llenan de mariposas… mariposas que se enredan en su pelo como lluvia de caricias.

La mujer ante el umbral tiembla, se debate, se detiene, todo su ser anhela el jardín, jardín de musgos, de líquenes, de rosas, de jazmines, jardín nocturno, salino… La mujer no acierta a franquearse. Tanta existencia impostada le ha restado naturalidad, la ha vuelto frágil, ya casi no recuerda como resuenan sus propios latidos, sus pulsiones

El umbral arrecia sobre ella fuerzas nuevas, fuerzas mezcladas, fuerzas mixtas que la circundan, la amenazan y la atraen… En el jardín, eros y tánatos se fusionan, lo mítico y lo racional, lo real y lo imaginario, lo estético y lo ético, el pasado y el futuro parecen hacerse uno, parecen volverse instante fundacional y eso la eriza, la impacta, la concilian con el cosmos casi hasta hacerla desaparecer…

La mujer ante el umbral siente miedo, sabe que transponerlo significa reinventarse, volverse otra, hacerse nueva, abandonar la historia para devenir mitología. La mujer sabe que, una vez en el jardín, será mariposa, será jazmín, será musgo, será agua, hierba, rocío, será plena… sabe que la vida se le volverá círculo, pirueta en el aire, elipse celeste. La mujer ante el umbral sabe que ya no habrá trazos, ni huellas, ya no habrá camino que seguir…

La mujer adelanta un paso, ha cedido a la invitación. Se interna en el jardín, se disuelve en silencio en la humedad de la espesura. La respiración se le vuelve profunda, la niebla y el perfume verde se adentran en ella hasta reanudarla floral…

La mujer mariposa, la mujer sirena, se ha vuelto parte de la floresta… diluida en el agua de la fuente, se ha vuelto nutricia… La mujer, resuelta ante el umbral, integrada y recobrada, en el jardín alimenta y gesta un universo de música y palabras florecidas. La mujer, ahora en el vergel, ahora intemporal, oscurecida en el mito, iluminada en la aceptación, ha comenzado, en caos telúrico y armonía solar, a soñar la vida.

La mujer, la vida, metamorfosis de la poesía… Una mariposa bate las alas, poliniza de música el jardín.

martes, 1 de junio de 2010

Amor (29 de marzo de 2009)

Una película, la correspondencia de una amiga me hicieron ver que el amor no siempre es suficiente para abrir camino al encuentro de dos seres que están convocados a darse felicidad, equilibrio y crecimiento…
Qué sensación de zozobra produjeron en mí estas historias… pensar que uno puede cruzarse con el amor, así limpiamente, de forma natural e inesperada, y la vida, los no saber, las rutinas, los temores pueden hacerlo invisible para nosotros.
Pasar por la historia de otro y entrever algo, pero dejarlo ir, quedarse con la sensación nostalgiosa del desencuentro o, simplemente, del no encuentro…
Ver, presentir que, para que dos se encuentren tiene que haberse generado previamente en esos dos individuos, y separadamente, anticipadamente, todo un contexto, una vibración personal, un escenario potencial donde esa historia de dos pueda desplegarse, volverse un hecho y, antes, hacerse posible dentro de ese contexto, me llenó de una angustia y una melancolía infinita…
El amor es un milagro y los milagros se gestan en la fe hacia uno mismo y hacia el otro… un hombre se baja de un tren, en una estación que no le es propia, corre a una mujer quiere recobrar un pedacito de su vida pasada. Un hombre guarda entre sus recuerdos la voz de una nena, la voz de la novia de los doce… la voz de esa nena hecha mujer lo transporta a su ser auténtico para descubrir que ese amor inocente, esencial de la niñez sigue ahí, esperándolo, aguardando que el hombre encuentre ese él mismo más auténtico de la primer adolescencia. Ese hombre siente que si volviera a encontrarla, volvería a elegirla, se emociona ante el final de una carta que la declara “sinceramente suya”. Ella siente lo mismo, especularmente…
Entonces sonríen, qué ternura, se dicen, qué bueno recobrar al amigo… y así encuentran una palabra que pueda disfrazar, ambiguar, resignificar una realidad demasiado incómoda, demasiado peligrosa. Encuentran una palabra que les permita seguir cartesianamente cómodos. Por un instante, las esencias sin palabras hablan en el lenguaje del abrazo y después de reconocerse, de temblar unos instantes, cierran los ojos nuevamente, se estrechan en despedida, se dan la espalda y cada uno se sumerge nuevamente en sus vidas, en sus parejas, en sus hijos…
El amor no encontró su fe, la fe es parte de la mitología de nuestro ser esencial y, en ocasiones, la lógica de nuestras acciones, los miedos disfrazados de libre arbitrio, la realidad cartesiana nos encandilan, nos sitúan tranquilizadoramente en el existir cotidiano, perdemos de vista que la verdadera realidad existe donde el sueño y la vigilia se sueldan para hacerse uno. Cotidianamente, dejamos de transitar ese límite, somos ciegos a nuestra verdad. El contexto del amor es el caos, el sueño, lo irracional, la vida ilimitada y confusa de la esencia espiritual. Sin fe, sin confianza en el otro, el amor no encuentra escenario en el cual desplegarse y nos pasa por al lado como una brisa fresca que eriza nuestra piel en una noche de verano… la vida vigilia, se levanta, cierra la ventana a ese aire fresco, se está tan confortablemente adormecido aquí junto al calor de nuestra existencia ordenada…
(De La mujer ante el umbral... resultó anticipatorio, quien lo diría)

lunes, 31 de mayo de 2010

Frases célebres que una mujer separada debe soportar estoicamente

Existe un sin número de frases célebres que una mujer separada debe soportar ni bien estrena su flamante extranjería matrimonial. Supongo que cada mujer separada tiene una frase que le resulta más indigerible que cualquier otra. En mi caso, hay una que particularmente me sulfura y saca al caballero medieval que toda dama que se precie lleva dentro y me imagino blandiendo la espada delante de la amiga, familiar o ser bien intencionado que se anime a espetarme la preguntilla y/o comentario en cuestión...
Resulta que cuando una se separa, sea por el motivo que sea, y pasado el shock de los primeros días en los que te la pasas despeinada, con los ojos enrojecidos y cara de "me pasó un tsunami por encima", un día te levantás decidida a reiniciarte y de ahí en más comienza una transformación física y espiritual que te lleva día a día a llenarte de gozo... un gozo que se te va volviendo adherente y se te posa en el cuerpo, el pelo, los ojos y la sonrisa. Es justo en ese momento, cuando estás decidida a lanzarte al mundo, que aparece una persona (puede ser una de tus amigas, algún familiar o cualquiera lleno de buena voluntad, incluso tu misma psicóloga) que te aconseja con la mejor buena intención... "deberías estar un tiempo sola, para ver qué querés, quién sos" y, si tu cara llega a reflejar el más mínimo atisbo de ira, molestia, encono o cualquier variable irascible, el sujeto en cuestión te dispara la pregunta que suele acompañar a este consejo... "es que no podés estar sola?"

En primer lugar, la soledad que una mujer recién separada experimenta y que, para el resto del universo, comienza el día que por fin logró que su ex- sacara buena parte de sus pertenencias de la vivienda en común y SE FUERA!!!, comenzó varios años antes, dentro de la misma pareja cuando empezó a sentirse incomprendida, desvalorizada, abandonada, ignorada, desperdiciada y varias delicatessen más... Lo que el consejero en cuestión no percibe es que tu soledad actual es continuación de la vivida dentro de la relación de pareja fallida y precisamente porque sabés muy bien qué querés y qué no querés de ninguna forma y porque tenés bien clarito quién sos -interrogantes que, además, tuviste mucho tiempo de dilucidar en ese tempo matrimonial eteerno en que todo se venía a pique- es que le sacaste pasaje de ida a tu pareja. Lo que además comprueba que perfectamente podés estar sola... De hecho creo que se trata de una cuestión sintáctica... el verbo no es "poder", sino "querer"... No es que no pueda estar sola, sino que no quiero estar sola.

Pero, atención!!!, si se te ocurre argumentar algo en este sentido, seguramente el consejero bien intencionado contrargumentará con frases del tipo "pero vos no estás sola, tenés a tus hijos, tenés tus amigos..." Justamente en ese instante es cuando yo siento que mis hambres negras se vuelven volcánicas... siento que voy a escupir fuego por la boca y dagas por los ojos... como si hubiese un único tipo de soledad y como si además fuera lícito cargar a los hijos y/o los amigos con tu soledad del subtipo sentimental!!

Señores del consejo, nuestra identidad se labra en la relación con los demás, Lacán puede explicarlo mejor, por lo tanto a la soledad déjenla para los ermitaños o los monjes de clausura y antes de pregonarla... practíquenla un domingo cuando tu ex se llevó los chicos, tus amigas están con sus parejas, maridos, amantes y tus padres -liberados de la crianza- se fueron en viaje de findesemana para disfrutar por fin "sin hijos" y... después, me cuentan.

domingo, 30 de mayo de 2010

Hambres Negras

En el lago profundo de nuestro inconsciente permanece en estado de latencia un oscuro animal mitológico que se alimenta de lo prohibido, lo monstruoso, de nuestros deseos más primarios y borrascosos. Anida soterrado y se sostiene entre el dolor y el goce y nos define en el riesgo de la seducción.


Teresita Alfieri en Sirenas, por supuesto relaciona la seducción con la búsqueda por saciar nuestras hambres negras y dice: "La seducción es una conquista de placer deleitoso al filo de un dolor atroz, un puente de lianas colgantes, por encima del abismo y donde amamos, nos expandimos y somos felices, pero que siempre acaba cortándose en el medio, seccionando el goce para que la sed sea inextinguible, para que el dolor sea justamente esa conciencia de lo acabado, de la carencia, de la ausencia del instante grato que creíamos inmortal, conciencia del regreso al mundo rígido y severo de las leyes implacables de la cotidianeidad." (95)


En ese fragmento anida una verdad que aún no acabo de descifrar, pero que me conmueve desde mi oscuridad más profunda...


En el riesgo está el placer y el dolor, la eternidad, la vida extraordinaria, la marginalidad, la anormalidad y en estos filones siento aletear mi identidad más visceral... la que soy desgreñada, sin barnices sociales, la que se asoma en mí a través del reflejo fragmentario que me devuelve inacabadamente el otro cuando su sola presencia me incita al riesgo, al desacato... cuando el otro me transforma en Eva ante el árbol, Eva entre la dicha y el espanto, Eva instintiva, Eva anhelando conocer...


En ese juego por los márgenes se conforma mi identidad, aunque de esto no tengo ninguna certeza sino tan solo una intuición primaria e irracional que me lleva a escribir de forma caótica y desbordada, buscando ordenar, volver instante y racionalizar lo que es eterno, exuberante e intuitivo. La escritura parece ser el itinerio para arribar a mi identidad, hacerla visible ante mí, lograr que se fije en el instante previo a modificarse para tener sobre mí misma una idea más exacta que la de la caótica intuición de la/las que soy anidando en mí.
Para los eruditos y curiosos que puedan querer los datos del libro de Alfieri que incluí en mi texto:
Alfieri, Teresa; Sirenas, por supuesto, Edidiones Último reino, Buenos Aires, 1991.