intensidad...

...cada palabra-roce parece encender hogueras dentro de mí y ese fuego me insufla vida nueva, una vida sin tiempos, una vida que espera estrenarse... entonces siento que mi vida, esta vida llena de vos, es la vida en ese ser mitológico, la oceánida, buscando poblar un universo, crear un universo...

Yo me vuelvo un círculo, me vuelvo infinito, me hago intemporal y todo se borra delante de mí... sólo queda tu música, tus sentimientos, tu intensidad...



(de La mujer ante el umbral, inédito dedicado a Pablo antes de que prefiriera dejar de ser umbral
para ser muro)

jueves, 3 de junio de 2010

Mi tipología... masculina

Generalmente y a los efectos de simplificarnos la vida, solemos armar tipologías de todo tipo y a propósito de cualquier cosa... y esto nos permite ordenar el tránsito de información o ampararnos del dolor, de lo imprevisto y hasta de lo inoportuno.

En mi caso y en relación a los hombres, también tengo una tipología ... que resulta bastante inútil porque sólo me sirve para clasificar una vez que los he tratado y conocido, con lo cual la función de ampararme no se cumple...

Por lo tanto, se trata de una tipología creada para, a posteriori, decirme a mi misma... "y, se trataba de un hombre-muro, qué le vamos a hacer"... y seguir adelante buscando a aquel que efectivamente sea un umbral. Es decir es una tipología que tiene, exclusivamente, una función autocomplaciente.
Los hombres-muro son realmente un obstáculo, son impenetrables, incluso son dañinos porque podés estrellarte contra ellos sin lograr provocar ni una pequeña fisura... en ellos, porque vos después del impacto podés quedar con diferentes lesiones de mayor o menor intensidad y gravedad, físicas o simbólicas, según el tipo de muro. Este tipo de hombre suele estar compuesto por hombres que están a la defensiva, se defienden de vos, del cariño, de la vida entera... Precisamente, por su alta toxicidad y peligrosidad, son hombres a los que hay que vadear, rodear, saltar, sortear.. el verbo que se te ocurra, según el tipo de acción que creas más conveniente para dejarlos atrás, pero lo realmente importante es dejarlos atrás...
Los hombres-umbral, en cambio, son los hombres que se suman a tu vida para ayudarte a crecer. No importa si permanecen en tu vida o sólo te acompañan un tiempo, lo importante es que en su estadía marcan un antes y un después en tu crecimiento personal... les suelo dar diferentes nombres... Son los hombres puerta, los hombres enero porque como la ianua latina, como Jano, como enero unen tu historia con tu futuro, lo que fuiste y lo que podés ser y facilitan ese pasaje hacia vos misma... son como el camino que vas a transitar para ser quien querés ser... Por supuesto, que la voluntad de recorrer el camino, de traspasar el umbral es propia, no depende del hombre, sino de una misma... Al umbral sólo le corresponde esa función significante de marcar el momento en que dejaste de ser aquella o comenzaste a ser esta. El recorrido es propio, con lo cual no es particularmente importante que un umbral, de pronto, quiera ser muro... aunque sí es triste presenciar el momento cobarde en que un umbral se amuralla para dejar de serlo.
De todas formas, lo importante es animarse a ser jardín y mariposa al mismo tiempo y en esto los umbrales marcan el tránsito... Así que, aunque mi tipología sea algo inútil en cuanto a su función protectora, prefiero seguir clasificando, que es lo mismo que seguir andando...
De tiempo inmensurable
La mujer ante el umbral

La mujer permanece ante la puerta que la separa del jardín… parada en el umbral siente… aspira perfumes nuevos, percibe sutiles fragancias inesperadas que la llenan de mariposas… mariposas que se enredan en su pelo como lluvia de caricias.

La mujer ante el umbral tiembla, se debate, se detiene, todo su ser anhela el jardín, jardín de musgos, de líquenes, de rosas, de jazmines, jardín nocturno, salino… La mujer no acierta a franquearse. Tanta existencia impostada le ha restado naturalidad, la ha vuelto frágil, ya casi no recuerda como resuenan sus propios latidos, sus pulsiones

El umbral arrecia sobre ella fuerzas nuevas, fuerzas mezcladas, fuerzas mixtas que la circundan, la amenazan y la atraen… En el jardín, eros y tánatos se fusionan, lo mítico y lo racional, lo real y lo imaginario, lo estético y lo ético, el pasado y el futuro parecen hacerse uno, parecen volverse instante fundacional y eso la eriza, la impacta, la concilian con el cosmos casi hasta hacerla desaparecer…

La mujer ante el umbral siente miedo, sabe que transponerlo significa reinventarse, volverse otra, hacerse nueva, abandonar la historia para devenir mitología. La mujer sabe que, una vez en el jardín, será mariposa, será jazmín, será musgo, será agua, hierba, rocío, será plena… sabe que la vida se le volverá círculo, pirueta en el aire, elipse celeste. La mujer ante el umbral sabe que ya no habrá trazos, ni huellas, ya no habrá camino que seguir…

La mujer adelanta un paso, ha cedido a la invitación. Se interna en el jardín, se disuelve en silencio en la humedad de la espesura. La respiración se le vuelve profunda, la niebla y el perfume verde se adentran en ella hasta reanudarla floral…

La mujer mariposa, la mujer sirena, se ha vuelto parte de la floresta… diluida en el agua de la fuente, se ha vuelto nutricia… La mujer, resuelta ante el umbral, integrada y recobrada, en el jardín alimenta y gesta un universo de música y palabras florecidas. La mujer, ahora en el vergel, ahora intemporal, oscurecida en el mito, iluminada en la aceptación, ha comenzado, en caos telúrico y armonía solar, a soñar la vida.

La mujer, la vida, metamorfosis de la poesía… Una mariposa bate las alas, poliniza de música el jardín.

martes, 1 de junio de 2010

Amor (29 de marzo de 2009)

Una película, la correspondencia de una amiga me hicieron ver que el amor no siempre es suficiente para abrir camino al encuentro de dos seres que están convocados a darse felicidad, equilibrio y crecimiento…
Qué sensación de zozobra produjeron en mí estas historias… pensar que uno puede cruzarse con el amor, así limpiamente, de forma natural e inesperada, y la vida, los no saber, las rutinas, los temores pueden hacerlo invisible para nosotros.
Pasar por la historia de otro y entrever algo, pero dejarlo ir, quedarse con la sensación nostalgiosa del desencuentro o, simplemente, del no encuentro…
Ver, presentir que, para que dos se encuentren tiene que haberse generado previamente en esos dos individuos, y separadamente, anticipadamente, todo un contexto, una vibración personal, un escenario potencial donde esa historia de dos pueda desplegarse, volverse un hecho y, antes, hacerse posible dentro de ese contexto, me llenó de una angustia y una melancolía infinita…
El amor es un milagro y los milagros se gestan en la fe hacia uno mismo y hacia el otro… un hombre se baja de un tren, en una estación que no le es propia, corre a una mujer quiere recobrar un pedacito de su vida pasada. Un hombre guarda entre sus recuerdos la voz de una nena, la voz de la novia de los doce… la voz de esa nena hecha mujer lo transporta a su ser auténtico para descubrir que ese amor inocente, esencial de la niñez sigue ahí, esperándolo, aguardando que el hombre encuentre ese él mismo más auténtico de la primer adolescencia. Ese hombre siente que si volviera a encontrarla, volvería a elegirla, se emociona ante el final de una carta que la declara “sinceramente suya”. Ella siente lo mismo, especularmente…
Entonces sonríen, qué ternura, se dicen, qué bueno recobrar al amigo… y así encuentran una palabra que pueda disfrazar, ambiguar, resignificar una realidad demasiado incómoda, demasiado peligrosa. Encuentran una palabra que les permita seguir cartesianamente cómodos. Por un instante, las esencias sin palabras hablan en el lenguaje del abrazo y después de reconocerse, de temblar unos instantes, cierran los ojos nuevamente, se estrechan en despedida, se dan la espalda y cada uno se sumerge nuevamente en sus vidas, en sus parejas, en sus hijos…
El amor no encontró su fe, la fe es parte de la mitología de nuestro ser esencial y, en ocasiones, la lógica de nuestras acciones, los miedos disfrazados de libre arbitrio, la realidad cartesiana nos encandilan, nos sitúan tranquilizadoramente en el existir cotidiano, perdemos de vista que la verdadera realidad existe donde el sueño y la vigilia se sueldan para hacerse uno. Cotidianamente, dejamos de transitar ese límite, somos ciegos a nuestra verdad. El contexto del amor es el caos, el sueño, lo irracional, la vida ilimitada y confusa de la esencia espiritual. Sin fe, sin confianza en el otro, el amor no encuentra escenario en el cual desplegarse y nos pasa por al lado como una brisa fresca que eriza nuestra piel en una noche de verano… la vida vigilia, se levanta, cierra la ventana a ese aire fresco, se está tan confortablemente adormecido aquí junto al calor de nuestra existencia ordenada…
(De La mujer ante el umbral... resultó anticipatorio, quien lo diría)