Desde hace muchísimos años, cuando el día comienza a dejar de serlo para dar paso a la noche, experimento una sensación de disgregación, de desintegración, de absoluta soledad... una sensación muy tanática -porque siento que yo misma me muero con el día que se va- y es tan inefable que me resulta prácticamente imposible de definir con palabras...
Un tiempo atrás, compartiendo esta sensación con mi amiga Isabel, ella -que vivencia algo parecido en ese mismo momento del día- le puso nombre: "la hora vulnerable".
Hace algunas horas, leyendo a Cristina Peri Rossi, descubrí la descripción que más se acerca a la que yo misma hubiera podido hacer si tuviera la misma facilidad que tiene la Rossi para transformar las necesidades, las ansias y las sensaciones en palabras. La comparto con ustedes:
"A esa imprecisa hora en que el atardecer se convierte en noche y las sombras ganan en el interior de las casas y de los muebles (la hora que había pintado Magritte en alguno de sus cuadros), él quería depender de algo o de alguien: de un vaso de alcohol, de un cigarrillo, de una mujer, de una raya de cocaína. Podía beber, podía fumar, podía esnifar, hasta podía conseguir alguna mujer, siempre y cuando el acto de fumar, de esnifar, de beber o de follar tuviera esa intensidad imprescindible para sentirse vivo. Una intensidad que posiblemente iba a asustar a Nora. Esa intensidad en la que vivir se confunde con morir, esa intensidad en la que morir parece el acto más vivo de todos. Siempre había sido así, solo que su profesión le había dado un buen pretexto para vivir al límite, sin que pareciera una elección personal. no quería que nadie volviera a salvarlo de sí mismo (...)
El fin del atardecer era el peor momento del día, lo sabía desde joven. Cuando era un adolescente, a esa hora se lanzaba a las calles de su ciudad natal, buscando una mujer. No quería una mujer cualquiera, no quería una prostituta. Quería encontrar una mujer tan intensa como él, que estuviera dispuesta a abreviar (¿o abrevar?) el paso de la tarde a la noche en un cuerpo a cuerpo lleno de furor, de ternura y de enajenación. "En/ajeno": así quería estar él al atardecer. La hora en que la lucidez hace daño, y mejor es suspender la conciencia, cambiarla por el cuerpo. El cuerpo, a esa hora, ganaba una fuerza, una presencia que le había faltado el resto del día. El cuerpo, entre el atardecer y la noche, gemía, rugía, bramaba, barritaba, transpiraba, tenía frío, calor, necesitaba estar pegado a otro, subido a otro, debajo de otro, a su costado, encima, por, cabe, contra. Qué hermosos eran los cuerpos a esa hora imprecisa en que el día muere y la noche nace, entre titubeos. La llamaban 'la hora del lobo', seguramente porque esos bellos, astutos y orgullosos animales salían a cazar (a matar o morir) a la caída del sol. Y él bramaba como un lobo en celo..." (de El amor es una droga dura).
A diferencia de lo que le pasa al personaje de Javier, durante años creí que mi angustia se calmaría el día que hallara al "hombre del banco", que no era otra cosa que mi ideal de hombre... Pero ni siquiera el hombre del banco puede calmar esa angustia... en los últimos meses he comprobado que debo enfrentarme a esa hora tanática en soledad, porque es precisamente el momento en el que la soledad viene a mi encuentro para confirmarme... Es el momento en que debo enfrentar mi muerte para poder volver a renacer nueva, cambiada y ratificada al mismo tiempo. Es la hora mítica en la que mi ser salvaje se apodera de mí y por eso mismo el cuerpo se vuelve protagonista y el lenguaje se diluye, como cuando en la adolescencia quería volverme muda para hablar con el cuerpo y prescindir de los símbolos y las palabras convencionales.
Algo de esto se vincula con el hecho de sentirme periférica, monstruosa y elegirme una y otra vez como habitante de la frontera... pero eso merece una entrada aparte, para terminar de desentrañar mi lenguaje de sirena.
Nunca había leído una descripción tan ajustada de mi propio sentir... la primera vez que compartí esta sensación ante la angustia del final del día con Isabel, no me sorprendió que coincidiéramos... finalmente nos parecemos tanto que era una similitud más... Al encontrarla en Peri Rossi me pregunto cuántos hombres lobos y mujeres lobas habremos, cuántos seremos los que nos sentimos morir con el día, para recobrar la calma y la identidad con la noche...
A diferencia de lo que le pasa al personaje de Javier, durante años creí que mi angustia se calmaría el día que hallara al "hombre del banco", que no era otra cosa que mi ideal de hombre... Pero ni siquiera el hombre del banco puede calmar esa angustia... en los últimos meses he comprobado que debo enfrentarme a esa hora tanática en soledad, porque es precisamente el momento en el que la soledad viene a mi encuentro para confirmarme... Es el momento en que debo enfrentar mi muerte para poder volver a renacer nueva, cambiada y ratificada al mismo tiempo. Es la hora mítica en la que mi ser salvaje se apodera de mí y por eso mismo el cuerpo se vuelve protagonista y el lenguaje se diluye, como cuando en la adolescencia quería volverme muda para hablar con el cuerpo y prescindir de los símbolos y las palabras convencionales.
Algo de esto se vincula con el hecho de sentirme periférica, monstruosa y elegirme una y otra vez como habitante de la frontera... pero eso merece una entrada aparte, para terminar de desentrañar mi lenguaje de sirena.
Dedicado a Pablo que a veces, por un instante fugaz, puede volver a ser umbral
ResponderEliminarLa soledad es terrible. Enfrentar la vida a solas, llegar a una casa solitaria, despertar sola, comer sola, tener demasiado tiempo para pensar, justamente ¿en qué? en la soledad. Y en lo macro, la Humanidad está absolutamente sola y a la deriva. Creo que como especie no devenimos, sino derivamos, y eso es lo terrible de la soledad: es como un estar a la deriva sin fin, sin finalidad. La soledad interna, tu soledad interna, es un lugar al que nadie puede acceder, Marie, no hay hombre del banco que pueda llegar ahí.
ResponderEliminarSi, bruji... ese es mi último aprendizaje. No voy a decir que nadie ha vivido más tiempo con esa soledad que yo, pero sí puedo decir que tengo conciencia de esa soledad desde muy chica y q ahora convivo con ella a la espera de la noche con más calma. No coincido con esa sensación de deriva que tenés, ni me preocupa el tiempo para pensar... porque la soledad no es racional, es algo que se lleva prendido en el cuerpo, aunque te llenes de ruido y actos para no pensarla, existe. En mi caso, tengo una vida completa, sin embargo... la hora del lobo llega a mi cada día para obligarme a morir... supongo que la angustia de la muerte es lo único que me hace sentir viva... será!
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