Una película, la correspondencia de una amiga me hicieron ver que el amor no siempre es suficiente para abrir camino al encuentro de dos seres que están convocados a darse felicidad, equilibrio y crecimiento…
Qué sensación de zozobra produjeron en mí estas historias… pensar que uno puede cruzarse con el amor, así limpiamente, de forma natural e inesperada, y la vida, los no saber, las rutinas, los temores pueden hacerlo invisible para nosotros.
Pasar por la historia de otro y entrever algo, pero dejarlo ir, quedarse con la sensación nostalgiosa del desencuentro o, simplemente, del no encuentro…
Ver, presentir que, para que dos se encuentren tiene que haberse generado previamente en esos dos individuos, y separadamente, anticipadamente, todo un contexto, una vibración personal, un escenario potencial donde esa historia de dos pueda desplegarse, volverse un hecho y, antes, hacerse posible dentro de ese contexto, me llenó de una angustia y una melancolía infinita…
El amor es un milagro y los milagros se gestan en la fe hacia uno mismo y hacia el otro… un hombre se baja de un tren, en una estación que no le es propia, corre a una mujer quiere recobrar un pedacito de su vida pasada. Un hombre guarda entre sus recuerdos la voz de una nena, la voz de la novia de los doce… la voz de esa nena hecha mujer lo transporta a su ser auténtico para descubrir que ese amor inocente, esencial de la niñez sigue ahí, esperándolo, aguardando que el hombre encuentre ese él mismo más auténtico de la primer adolescencia. Ese hombre siente que si volviera a encontrarla, volvería a elegirla, se emociona ante el final de una carta que la declara “sinceramente suya”. Ella siente lo mismo, especularmente…
Entonces sonríen, qué ternura, se dicen, qué bueno recobrar al amigo… y así encuentran una palabra que pueda disfrazar, ambiguar, resignificar una realidad demasiado incómoda, demasiado peligrosa. Encuentran una palabra que les permita seguir cartesianamente cómodos. Por un instante, las esencias sin palabras hablan en el lenguaje del abrazo y después de reconocerse, de temblar unos instantes, cierran los ojos nuevamente, se estrechan en despedida, se dan la espalda y cada uno se sumerge nuevamente en sus vidas, en sus parejas, en sus hijos…
El amor no encontró su fe, la fe es parte de la mitología de nuestro ser esencial y, en ocasiones, la lógica de nuestras acciones, los miedos disfrazados de libre arbitrio, la realidad cartesiana nos encandilan, nos sitúan tranquilizadoramente en el existir cotidiano, perdemos de vista que la verdadera realidad existe donde el sueño y la vigilia se sueldan para hacerse uno. Cotidianamente, dejamos de transitar ese límite, somos ciegos a nuestra verdad. El contexto del amor es el caos, el sueño, lo irracional, la vida ilimitada y confusa de la esencia espiritual. Sin fe, sin confianza en el otro, el amor no encuentra escenario en el cual desplegarse y nos pasa por al lado como una brisa fresca que eriza nuestra piel en una noche de verano… la vida vigilia, se levanta, cierra la ventana a ese aire fresco, se está tan confortablemente adormecido aquí junto al calor de nuestra existencia ordenada…
Qué sensación de zozobra produjeron en mí estas historias… pensar que uno puede cruzarse con el amor, así limpiamente, de forma natural e inesperada, y la vida, los no saber, las rutinas, los temores pueden hacerlo invisible para nosotros.
Pasar por la historia de otro y entrever algo, pero dejarlo ir, quedarse con la sensación nostalgiosa del desencuentro o, simplemente, del no encuentro…
Ver, presentir que, para que dos se encuentren tiene que haberse generado previamente en esos dos individuos, y separadamente, anticipadamente, todo un contexto, una vibración personal, un escenario potencial donde esa historia de dos pueda desplegarse, volverse un hecho y, antes, hacerse posible dentro de ese contexto, me llenó de una angustia y una melancolía infinita…
El amor es un milagro y los milagros se gestan en la fe hacia uno mismo y hacia el otro… un hombre se baja de un tren, en una estación que no le es propia, corre a una mujer quiere recobrar un pedacito de su vida pasada. Un hombre guarda entre sus recuerdos la voz de una nena, la voz de la novia de los doce… la voz de esa nena hecha mujer lo transporta a su ser auténtico para descubrir que ese amor inocente, esencial de la niñez sigue ahí, esperándolo, aguardando que el hombre encuentre ese él mismo más auténtico de la primer adolescencia. Ese hombre siente que si volviera a encontrarla, volvería a elegirla, se emociona ante el final de una carta que la declara “sinceramente suya”. Ella siente lo mismo, especularmente…
Entonces sonríen, qué ternura, se dicen, qué bueno recobrar al amigo… y así encuentran una palabra que pueda disfrazar, ambiguar, resignificar una realidad demasiado incómoda, demasiado peligrosa. Encuentran una palabra que les permita seguir cartesianamente cómodos. Por un instante, las esencias sin palabras hablan en el lenguaje del abrazo y después de reconocerse, de temblar unos instantes, cierran los ojos nuevamente, se estrechan en despedida, se dan la espalda y cada uno se sumerge nuevamente en sus vidas, en sus parejas, en sus hijos…
El amor no encontró su fe, la fe es parte de la mitología de nuestro ser esencial y, en ocasiones, la lógica de nuestras acciones, los miedos disfrazados de libre arbitrio, la realidad cartesiana nos encandilan, nos sitúan tranquilizadoramente en el existir cotidiano, perdemos de vista que la verdadera realidad existe donde el sueño y la vigilia se sueldan para hacerse uno. Cotidianamente, dejamos de transitar ese límite, somos ciegos a nuestra verdad. El contexto del amor es el caos, el sueño, lo irracional, la vida ilimitada y confusa de la esencia espiritual. Sin fe, sin confianza en el otro, el amor no encuentra escenario en el cual desplegarse y nos pasa por al lado como una brisa fresca que eriza nuestra piel en una noche de verano… la vida vigilia, se levanta, cierra la ventana a ese aire fresco, se está tan confortablemente adormecido aquí junto al calor de nuestra existencia ordenada…
(De La mujer ante el umbral... resultó anticipatorio, quien lo diría)
Yo cada vez me convenzo más de que el amor no "es" nada, cada uno lo construye a su manera, como quiere o como puede, y lo que para vos es amor, tal vez para el vecino no lo sea. El amor vive en lo más íntimo del ser humano, y por eso tiene tantas caras como seres humanos hay... sólo hay que encontrar a quien sienta el amor de la manera más compatible a como uno lo siente
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