Existen diferentes formas de vincularse con el amor. Uno puede querer a un otro, valorarlo, desearlo aún cuando ese otro no nos seduzca.
Un amor de ese tipo se construye día a día y crece, es suave, es tibio y reconfortante y, sobre todo, hace bien. Ese otro que nos inspira ese sentimiento es una compañía pero nunca será un compañero. Esos amores existen, son aunque nunca enamoran, nunca seducen porque habitan los territorios de la seguridad, de la medianía, de la tibieza.
Hay otros amores que comienzan en la seducción y son rotundos, dolorosos y riesgosos. Son amores que no se construyen, se dan desde el primer momento, son huracanados. Instantáneamente ese otro se transforma en un umbral, te pone en riesgo.
Por eso la seducción es dolorosa, porque conlleva el riesgo, implica que uno va a ir más allá del umbral sin importar lo que ocurra después. Por eso mismo, esos amores hacen crecer porque la seducción es conocimiento, ir más allá del límite, de la ianua, para conocer, para conocerse sin importar cuánto dolor pueda haber en la transformación que uno va a sufrir.
Ulises lo sabía y, como estaba llamado a ser el héroe del centro, del sentido común, se tapó los oídos para no oír el canto de la sirena y se obligó, junto a su tripulación, a atarse, doblegarse, porque sabía que la seducción es irresistible, sabía que cuando uno se enfrenta al umbral y su sirena no hay posibilidad de resistir al deseo de transponerlo. Transponer el umbral es morir de alguna forma más o menos simbólica, porque uno ya no vuelve a ser el que fue.
Tan así es que Dante se vió obligado a mostrarnos un Ulises que rechaza los mandatos sociales (el pedido de la esposa, de los hijos y del padre) para arrojarse nuevamente al mar y transpasar el umbral del mundo conocido porque anhelaba conocer ... (fatti non foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e canoscenza, arenga a sus marinos para convencerlos de ir más allá, hacia el mundo despoblado). Pero como Dante deseaba con todas sus fuerzas ahogar a la sirena que cantaba dentro de sí, destruye a Ulises y lo recluye en una de las fosas del octavo círculo del infierno.
La seducción es la fuerza que arrojó a Colón al descubrimiento, es la fuerza que lo llevó a cruzar el límite sin importar que la vida le fuera en eso porque lo significativo era conocer... qué se conociera era insignificante, lo radical era ver más allá del límite, del umbral y ante ese deseo, el seducido está dispuesto a todo, a morir. De hecho, para conocer es necesario aceptar la muerte simbólica, porque conocer es aceptar que ya nunca se será el que se era ni el mundo que habitamos se mantendrá insensible a esa transformación. Por eso mismo, conocer supone dolor, supone desear el huracán que transfigurará el mundo, porque toda transformación es dolorosamente placentera.
Es por eso que el amor de un umbral implica estar en la cima, para estar luego en la sima y no transitar nunca los valles... porque los valles son a-riesgosos y, por esto mismo, son el territorio de los amores de sentido común, de los amores tibios, de los amores que te hacen compañía. El amor del umbral te transforma, es el amor del espejo, es el amor del igual, hace del otro un compañero, las dos caras de una moneda, la sirena y su umbral. Es un amor desterritorializado, porque su territorio es la frontera, es un no-lugar.
Teresita Alfieri, en ese libro que tanto me gusta, dice:
"Tiene que ver con las zonas de riesgo. 'Me sedujo' significa, entre otras cosas, hizo que me arriesgara más allá de lo debido, más allá de la prudencia, más allá del sentido común. A cuya causa responde que los andares por las zonas de riesgo son, en última instancia, los que cambian el mundo (...) Jamás la destrucción, que es la más burda manera de expresar la alienación, lo inútil. Sino el riesgo de lo nuevo, del cambio, de la audacia, de la imaginación, de la 'la loca de la casa' que propone donde no había...
El riesgo que es como un viaje en la búsqueda de alguna clase de belleza, momentánea y fugaz, pero único instrumento para flirtear con la eternidad. la seducción es el riesgo de un portón de hierro que se abre sobre un jardín de delicias entre neblinas: los que penetran en la bruma son los seducidos, los hacedores de caminos, quienes encontrarán las fosas pero también los senderos de luz de la existencia (...) Héroes del placer y la propuesta inaudita, avanzan del brazo de la esperanza desbocada, en su perdición, se ganan a sí mismos y nos iluminan la posibilidad original de una realidad cambiada..." (Sirenas, por supuesto, pp 95-96)
Por eso mismo, siempre me he sentido periférica, una habitante de los bordes porque para poder ser seducida por el umbral hay que abandonar la seguridad del centro, la seguridad del sentido común, de la medianía.
También por esto siempre me he sentido monstruosa, porque habitar la periferia es aceptar que uno dialoga con el monstruo mitológico que lleva ancestralmente dentro de sí. Aceptarse periférica implica reconocer que "en la hora del lobo" uno desea morir para trasvasar el umbral, aceptar a la mujer salvaje que lleva dentro y no se aviene a las convenciones y que sólo desea ser intuitiva para conocer, para reconocerse, primero, y, luego, conocerse.
Por eso, saber es:
"la tentación más alta, la tentación que está por detrás de todas las tentaciones, el conocimiento del mundo, del universo, de los cuerpos, de los sabores, de las trasgresiones de cuanta ley haya sido creada; el conocimiento carnal y espiritual, el conocimiento físico, cósmico, esotérico y metafísico. 'Todo lo sabemos'. He ahí el encanto sublime de las encantadoras, he ahí el anzuelo de toda seducción." (Sirenas, por supuesto, p.97)
Dedicado a Azucena, la sirena más linda que conocí, la sirena que supo que -para algunos hombres - la periferia puede ser 'su' centro y que el amor y su tánatos no caben en los mandatos sociales... porque cada vez que "me calzo sus zapatos" me transformo en tu sirena, tu oceánida y vos, en espejo, simétricamente, te volvés mi umbral y mi deseo de transponerlo.