conocer el delirio y el polvo,
se ha perdido esta bella locura,
su breve cintura debajo de mí.
Se ha perdido mi forma de amar,
se ha perdido mi huella en su mar.
Veo una luz que vacila
y promete dejarnos a oscuras.
Veo un perro ladrando a la luna
con otra figura que recuerda a mí.
Veo más: veo que no me halló.
Veo más: veo que se perdió.
Una mujer innombrable
huye como una gaviota
y yo rápido seco mis botas,
blasfemo una nota y apago el reloj.
Que me tenga cuidado el amor,
que le puedo cantar su canción.
La cobardía es asunto
de los hombres, no de los amantes.
Los amores cobardes no llegan a amores,
ni a historias, se quedan allí.
Ni el recuerdo los puede salvar,
ni el mejor orador conjugar.
Una mujer con sombrero,
como un cuadro del viejo Chagall,
corrompiéndose al centro del miedo
y yo, que no soy bueno, me puse a llorar.
Pero entonces lloraba por mí,
y ahora lloro por verla morir.
Porque a veces el amor es como un reflejo y se ama hasta que el espejo se vuelve opaco. Porque muchas veces la cobardía del otro es necesaria para dejar de amar, para poder olvidar, para cerrar una puerta y volver a empezar. Porque a veces la cobardía del otro es un buen boleto hacia la felicidad propia. Porque a veces la cobardía del otro es la única autorización que se necesita para volver a correr el riesgo, a asumir la valentía de volver a amar. Amores cobardes... ni el recuerdo los puede salvar... ni el mejor orador conjugar, porque el amor no puede ser relatado, ni pensado, ni conjurado, porque el amor sólo se conjuga en presente y no tiene verbo que lo nombre.